En prácticamente todos los legados de los orígenes de los
primeros pueblos del planeta, se pueden hallar vestigios de seres inteligentes,
superiores, descendidos de los cielos, que contactan directamente con los
humanos. Dando inicio con ello, indefectiblemente, a las respectivas creencias
religiosas de los pueblos afectados.
En todas las épocas ha habido además
personajes singulares que han influído directamente en la marcha de la historia
de la humanidad, después de haber sido contactados por entes no
humanos.
Puede hablarse de personajes contactados o "elegidos", como puede
también hablarse de pueblos enteros, contactados o elegidos por entidades no
humanas.
Ante la imposibilidad de referirme a todos ellos en este artículo,
me limitaré a los más importantes personajes que en los tiempos antiguos
representan a la élite visible de los contactados.
Antes de hablar de los primeros contactados, cabría hablar de los primeros formados, aquellos que fueron puestos por seres superiores sobre la superficie del planeta Tierra, programados para engendrar allí a una nueva raza de seres inteligentes: nosotros.
De ello nos hablan las referencias bíblicas a Adán y Eva, en que un ser superior crea a los primeros padres de la especie humana; los relatos del Popol Vuh, el libro sagrado de los quichés, de la gran familia maya, según el cual los poderosos del cielo deciden crear sobre la superficie terrestre a un muñeco de inteligencia restringida -nosotros-; el relato conocido por el "Espejo de Izanami", con el que los japoneses explican el descenso, en tiempos remotos, de una pareja celeste que procrea sobre el planeta Tierra y deja en él a sus hijos —varón y hembra— para que crezcan y se desarrollen hasta llegar a formar la nación nipona; y las pinturas rupestres conocidas por "wandjinas", que son, en los montes Kimberley australianos, las únicas pinturas no trazadas por mano humana, sino directamente por los dioses que en épocas remotas descendieron para proporcionar alimento a los nativos —¿los "primeros contactados" en sentido estricto?—, antes de transformarse en serpientes míticas, ascender al cielo y moverse allí en forma de luces que pueden verse a gran altura —¿los primeros "Objetos Volantes No Identificados" en sentido estricto?—; etc.
Entre los primeros rollos recuperados en 1947 de las cuevas de Qumran, junto al Mar Muerto, nos llama la atención el del Génesis Apocrifon, denominado Manuscrito de Lamech antes de haber sido desenrollado. En él se cuenta cómo Lamech, padre de Noé, vuelto a casa tras larga ausencia, se encuentra con la sorpresa de que su mujer, Bathenosh, había dado a luz a un niño que no acababa de cuadrar en la familia. Su mujer le asegura que el niño no es hijo de ningún extraño ni de ninguno de los "Hijos del Cielo", como nos lo relata el propio Lamech de acuerdo con el texto del Libro de Enoch: "Yo he puesto en el mundo a un hijo, diferente a los otros; no es como los hombres, sino que parece un hijo de los mensajeros del cielo." Esta comparación que hace Lamech parece indicar que él, o incluso la gente de la época, estaban familiarizados con las características o peculiaridades que presentaban estos "hijos de los mensajeros del cielo", que por lo tanto habrían efectuado frecuentes visitas a los humanos de la época, que podríamos entonces considerar como de los primeros humanos contactados por seres superiores descendidos de las alturas.
En otro pasaje de su legado, Enoch nos habla ya de la unión de los celestes con las hijas de los hombres: "Y los mensajeros, hijos de los cielos, se dijeron entre ellos: 'Vamos, escojamos mujeres entre los hijos de los hombres y engendremos hijos.'" De estas uniones —siempre de acuerdo con el Libro de Enoch— las hijas de los hombres, que podemos considerar primeras contactadas íntimas, "concibieron y pusieron en el mundo grandes gigantes". Este relato —que queda confirmado por otros pasajes del Génesis—, tiene sus similitudes con las narraciones tradicionales de los orígenes de otros muchos pueblos del planeta. En todos los casos, los varones de estos coitos cósmicos son de origen extraterrestre, mientras que las hembras que dan a luz a los gigantes o "seres diferentes" son humanas, terrestres, contactadas.
Bien conocido es el pasaje bíblico que refiere la destrucción de Sodoma y Gomorra, circunstancia que convierte al patriarca Lot en uno de los primeros contactados con nombre conocido. Se conjugan en este pasaje los factores de venganza por parte de los "contactadores" o emisarios descendidos de las alturas, de protección a una familia concreta, de aviso previo del inminente arrasamiento total, de ataque aéreo y hasta de una posible cuenta atrás, ya que Lot y su familia disponen de un plazo muy breve e improrrogable para abandonar la ciudad a fin de salvar sus vidas.
Pero vayamos al texto bíblico: "Cuando los dos emisarios llegaron por la tarde a Sodoma, Lot estaba sentado a la puerta de la población. En cuanto los vio, se levantó para salir a su encuentro, se prosternó de cara al suelo y dijo: 'Por favor, señores míos, venid a casa de vuestro siervo para pasar la noche y lavaros los pies..'" Los dos emisarios en un primer momento se niegan aduciendo que dormirán en la plaza, pero a los ruegos insistentes de Lot aceptan y entran en su casa. Al poco rato los hombres de Sodoma llaman a Lot y le exigen que les entregue a los dos forasteros. Lot se niega a ello, ofreciéndoles a cambio a sus dos hijas, que aún no conocieron varón. Ante el enojo del gentío, intervienen los dos misteriosos emisarios, asiendo a Lot y metiéndolo en casa, al tiempo que "hirieron de ceguera a los hombres que habían permanecido fuera de la entrada de la casa, de forma que no pudieron llegar a hallar la entrada. Los hombres" —obsérvese que es éste uno de los casos en que el texto bíblico denota que los emisarios o ángeles que proceden de las alturas pueden ser absolutamente semejantes a nosotros, ya que sin más los llaman 'hombres'— "dijeron a Lot: 'Vamos a destruir este lugar: grande es el clamor contra sus habitantes en la presencia de Yahveh, y Yahveh nos ha enviado para exterminarlos.'" (...) "Al despuntar el alba, y dado que Lot se hacía el remolón, los dos hombres lo tomaron de la mano, así como también a su mujer y a sus dos hijas, y por compasión de Yahveh hacia él, le hicieron salir y lo dejaron fuera de la ciudad. Mientras lo sacaban, dijeron: "¡Sálvate, por tu vida! No se te ocurra mirar atrás ni te entretengas en ningún lugar de la llanura. ¡Sálvate en la montaña, no fuera caso de que murieras!" Poco después, "Yahveh hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego que venían de Yahveh desde el cielo. Y destruyó estas ciudades y toda la llanura con todos los habitantes de las ciudades y las plantas de la tierra. La mujer de Lot miró hacia atrás, y se convirtió en una estatua de sal." (Esta circunstancia hizo apuntar a algunos estudiosos la hipótesis de que se produjo allí una auténtica explosión nuclear.) "Abraham fue muy de mañana al lugar en que había estado en presencia de Yahveh. Miró hacia Sodoma y Gomorra y toda la llanura, y vio la humareda de la tierra que subía como la humareda de un horno."
El libro del Éxodo nos ofrece uno de los casos de contacto extraterrestre más decisivos para la marcha de la Humanidad. El contactador, Yahveh, se desplazaba a voluntad en un vehículo aéreo: "Yahveh iba delante de ellos, de día en una columna de nube para mostrarles el camino, y de noche en una columna de fuego que los iluminaba, para que pudieran caminar día y noche." Inmediatamente se hace patente la intervención de Yahveh —que por su carácter marcadamente sanguinario jamás puede ser identificable con la noción de Dios— en defensa de los hijos de Israel (con la finalidad de que le admiren, teman y estén, por ende, a su servicio), masacrando implacablemente a los egipcios. Y queda patente el contacto directo de este desconocido vengador celeste con el caudillo de los israelitas, Moisés, al decirle Yahveh: "Extiende la mano sobre el mar, que las aguas vuelvan sobre los egipcios, sobre sus carros y sobre sus conductores." Moisés extendió la mano sobre el mar, y hacia la mañana el mar regresó a su lugar, y las aguas sorprendieron —aquí el ensañamiento de Yahveh llega a sus cotas máximas— a los egipcios que huían.
El que Moisés fue —en el siglo XVI antes de JC— un hombre-contacto, queda claramente confirmado en el siguiente pasaje bíblico: "Yahveh les dijo acto seguido a Moisés, a Aharon y a María: 'Acudid los tres a la entrada del oráculo'. Y los tres fueron. Entonces Yahveh descendió en la columna de nube, se colocó a la entrada de la tienda y llamó a Aharon y a María. Y los dos salieron. Y les dijo: 'Escuchad mis palabras: si entre vosotros dos hubiera un profeta de Yahveh, me mostraría a él en visión, le hablaría en sueños. No sucede así con mi siervo Moisés; él es el hombre de confianza de toda mi casa. Yo le hablo cara a cara, en visión y no en enigmas; él contempla la imagen de Yahveh."
El libro del Exodo sigue corroborando plenamente este extremo: "Yahveh dijo a Moisés: 'Acudiré a reunirme contigo dentro de una nube espesa, para que el pueblo pueda darse cuenta de cuando hablo contigo y crea aún más en tí.'" Pero Yahveh advierte del peligro que supone aproximarse a su 'nave': "Además, márcale al pueblo un límite alrededor de la montaña y adviérteles: 'Guardáos de subir a la montaña y de tocar su base. Quien toque la montaña morirá.'" Y, efectivamente, Yahveh subió a bordo de la nube para desplazarse hasta Moisés: "Al tercer día, de madrugada, hubo encima de la montaña truenos y rayos y una nube espesa, acompañados de un fuerte resonar de trompeta." (...) "La montaña del Sinaí humeaba toda ella, porque Yahveh había bajado sobre ella con fuego." (...) "Entonces Yahveh llamó a Moisés a la cumbre de la montaña, y Moisés subió." (...) "El pueblo se mantenía lejos, mientras Moisés se acercó a la oscuridad en la cual se hallaba Yahveh." Y ya su estancia prolongada dentro de la nube-nave de Yahveh: "Moisés entonces subió a la montaña. Entonces una nube cubrió la montaña, y la gloria de Yahveh se estableció encima de la montaña del Sinaí. La nube la cubrió durante seis días, y, al séptimo día, Yahveh llamó a Moisés desde el interior de la nube. El aspecto de la gloria de Yahveh era a los ojos de los israelitas como un fuego abrasador en la cima de la montaña. Moisés penetró en medio de la nube y subió a la montaña, y permaneció en la montaña durante cuarenta días y cuarenta noches."
El profeta Elias nos brinda en el siglo IX antes de JC la primera narración conocida —dentro de los textos bíblicos— en que el contactado es abducido por un objeto volante no identificado. Pero no hace falta interpretar el texto, sino que una vez más es suficiente con leerlo simplemente tal y como nos lo transmiten las Escrituras:
"Cuando Yahveh quiso hacer subir a Elías al cielo en una turbonada, Elías y Eliseo marcharon hacia Galgala." De Galgala fueron a Bet-El, de aquí a Jericó, y de allí al Jordán. Tanto en Bet-El como en Jericó, los profetas del lugar le dijeron a Eliseo: "¿Sabes que hoy Yahveh quiere llevarse a tu señor por los aires, por encima de tu cabeza?", con lo cual confirmaron que se trataba de un encuentro con abducción previamente anunciada y acordada. La historia termina así, literalmente, junto a la orilla del río Jordán: "Mientras iban caminando y hablando, un carro de fuego con caballos de fuego separó al uno del otro, y Elías ascendió al cielo en la turbonada. Al verlo Eliseo, gritó: '¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su conductor!'."
Ya sé que no encaja lo del carro de fuego con caballos de fuego, pero ¿qué otra forma de describir a un "vehículo" volante que transporta a una persona, tenía un testigo que no tenía la más remota idea de lo que era un aparto volante fabricado por alta tecnología por seres inteligentes, si no era comparándolo con lo que él conocía como medio de transporte: un carro tirado por caballos?
Posiblemente de una forma similar abandonara mucho tiempo antes nuestro planeta uno de los personajes más intrigantes que lo pisaron, cual fue el padre de Matusalén, Henoc. Cuenta el texto bíblico: "Henoc vivía con Dios, y desapareció, porque Dios se lo llevó."
No estará de más recordar aquí otro texto bíblico, cual es el escrito apócrifo titulado Visión de Isaías, que relata cómo el profeta Isaías, en el siglo VIII antes de JC, duda de la veracidad de su fe en la grandeza del Todopoderoso, por cuya razón es contactado e invitado a subir al cielo. Al ver allí la majestad del llamado Creador, Isaías se arrepiente de sus dudas. El emisario que le había conducido al cielo se disponía a acompañarle de regreso a la Tierra. "¿Por qué tan pronto?" —suplicó el profeta—. "No llevo más de dos horas aquí." "Dos horas no: treinta y dos años", rectificó el emisario, advirtiéndole, sin embargo, que estos treinta y dos años no habían transcurrido para él: vuelto a la Tierra tendrá la misma edad que tuvo al partir.
Tenemos aquí un ejemplo de aplicación práctica de la teoría de la relatividad. Pero, ¿cómo la podía conocer el autor del apócrifo, escrito antes del siglo III de nuestra era? La pregunta no es capciosa ni ligera. Poco importa que la Iglesia reconozca la autenticidad o no de este texto apócrifo. Poco importaría incluso en este caso el que Isaías ascendiera realmente a algún punto externo a la atmósfera terrestre o no. Poco importaría para esta pregunta el que efectivamente realizara este asombroso viaje espacial. Porque lo que realmente es inquietante en este texto —y que alguien me lo aclare si puede— es cómo un autor que vivió antes del siglo III de nuestra era, era capaz de poner un ejemplo práctico de aplicación de la teoría de la relatividad formulada por Albert Einstein en nuestros días.
Relata el texto bíblico del libro del profeta mayor Daniel otro curioso caso de contacto: "Vivía en Judea el profeta Habacuc, que había preparado un cocido, había untado pan en una cazuela, y salía al campo para llevárselo a los segadores. El emisario del Señor le dijo: 'Lleva la comida que aquí tienes a Babilonia, a Daniel, dentro de la cisterna de los leones.' Habacuc respondió: 'Señor, ¡yo no he visto nunca Babilonia, ni conozco la cisterna!' El emisario del Señor lo tomó por la coronilla y, asiéndole de los pelos por los aires, lo dejó en Babilonia sobre la cisterna, con la fuerza de su ala. Habacuc gritó: '¡Daniel, Daniel, toma la comida que Dios te envía!' Y Daniel dijo: 'Has pensado en mí, oh Dios, y no has abandonado a los que te quieren.' Daniel se levantó y comió. Y el emisario del Señor devolvió inmediatamente a Habacuc a su lugar."
Ya poco antes los protectores celestes de Daniel le revelaron a éste con pelos y señales las características de los próximos reinados en la zona. Evidenciaban con ello que su intervención podía encauzar los destinos de los países, y esta situación se ha venido prolongando a lo largo de la historia de la humanidad hasta nuestros días. El profeta Daniel nos describe a sus 'contactos' de esta forma tan poco divina y, en cambio, tan tecnológicamente avanzada:
"El día 24 del mes primero, mientras me hallaba a orillas del gran río" —se refiere al Tigris— "alcé los ojos y vi a un hombrte vestido de lino, con el dorso ceñido de oro de Ufaz. Su cuerpo era como el crisólito; la cara, como el fulgor del relámpago; los ojos, como antorchas de fuego; los brazos y las piernas, como el reflejo del bronce pulido; el sonido de sus palabras, como el murmullo de una multitud." (...) "Mientras así me hablaba, bajé la cabeza sin decir nada; y como una semejanza de mano de hombre me tocó los labios." (...) "Nuevamente la apariencia humana me tocó y me confortó." Más adelante, Daniel nos relata que este misterioso personaje humanoide no estaba solo: "Y yo, Daniel, vi a otros dos que estaban de pie, uno en esta orilla del río y el otro en la otra orilla del río. Y le hablé al hombre vestido de lino que se hallaba por encima del agua del río: '¿Hasta cuándo, el fin de las cosas extraordinarias?' Y oí al hombre vestido de lino que estaba encima del río: 'Todas estas cosas se acabarán cuando se haya acabado el poder del que oprime al pueblo santo.'"
Insisto: ¿quién es ése, a quien tanto le interesa intervenir en nuestra historia?
Tiempo después, en el siglo VI antes de JC, el profeta Ezequiel tuvo un encuentro similar junto al río Quebar, cerca de Babilonia, quedando descrito en su libro uno de los más detallados testimonios de encuentros cercanos con objetos volantes no identificados que podemos encontrar en los tiempos antiguos. No hay espacio aquí para reproducir su extensa descripción, que finaliza con esta indicación de que hubo un "contacto":
"Y lo ví, y caí sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba. Me dijo: 'Hijo de hombre, levántate, que quiero hablarte.'"
Del relato de Ezequiel se desprende claramente que se trata de la descripción detallada del descenso de un aparato volante que se dirige hasta el lugar en el que se halla el profeta, se detiene allí junto a él, momento en el que uno de sus tripulantes (o acaso el único) se dirige al profeta para entablar una conversación. El estudio más serio y autorizado de cuantos se han efectuado del fenómeno observado y descrito por Ezequiel es indudablemente el que llevó a cabo Josef F. Blumrich, ingeniero jefe responsable de la Oficina de Construcción de Proyectos de la NASA, agencia que le concedió en 1972 la medalla para Servicios Excepcionales. El resultado de sus investigaciones fue no sólo la afirmación rotunda y categórica de que Ezequiel vio efectivamente una nave espacial, sino la descripción total y compleja de la misma. Afirma que encontró todos los elementos para la rediseñación del aparato, en los textos bíblicos. Tanto es así, que llegó a patentar en los Estados Unidos, para aplicaciones tecnológicas actuales, la especial configuración de la famosa "rueda en rueda" que cita el texto bíblico de Ezequiel.
Por aquellos mismos años, en el siglo VI antes de JC, en tierras situadas mucho más al Este, en las estribaciones inferiores del Himalaya, una mujer debidamente preparada para ello —Maya—, concibe a un ser que nace sin padre terrestre. La mujer había formulado voto de castidad, habiendo conseguido que su marido, Suddhodana, no la obligara a cumplir los deberes conyugales, al igual que sucedería algo más de medio milenio más tarde con María y José. Además, al igual que en el caso de ésta, los dioses velaban por Maya y por el precioso embrión que habría de ser el Buda. Si bien en el caso de Maya el contacto se diluye más en la indefinición, las circunstancias que rodean todo el nacimiento de Buda —y que aquí una vez más por razones de espacio no tienen cabida— indican con claridad que se trataba de una orquestación muy similar a la que tuvo lugar en Palestina siglos más tarde, como inmediatamente pasaremos a ver.
Las ayudas externas fueron sucediéndose a lo largo de la vida de Maria. Por ejemplo, leemos en el Evangelio del Pseudo Mateo que cuando María sentía dolores de parto, "apareció ante los viajeros un hermoso niño que lucía una espléndida vestidura." (...) "Y mandó el emisario parar la caballería, porque el tiempo de dar a luz se había echado ya encima. Después mandó a María que bajara de la cabalgadura y se metiera en una cueva subterránea, donde siempre reinó la oscuridad, sin que nunca entrara un rayo de luz, porque el Sol no podía penetrar hasta allí. Mas en el momento mismo en que entró María, el recinto se inundó de resplandores y quedó todo refulgente como si el Sol estuviera allí dentro. Aquella luz divina dejó la cueva como si fuera al mediodía. Y, mientras estuvo allí María, el resplandor no faltó ni de día ni de noche." Como puede apreciarse, una cueva debidamente preparada: el emisario les dice que tienen que penetrar precisamente en ella.
Pero retrocedamos a la infancia de la propia madre de Jesús y aún más, a su misma concepción. Resulta que Ana, la madre de María, ya concibió a ésta gracias a la intervención de seres procedentes de fuera de este planeta. Leemos en el Evangelio del Pseudo Mateo que Joaquín, después de vivir veinte años de matrimonio con Ana, no tuvo de ella hijos ni hijas. Avergonzado, un buen día se marchó lejos, a la montaña, sin siquiera despedirse de Ana. Hasta que "un joven apareció en las montañas en que Joaquín apacentaba sus rebaños, y le dijo: 'Baja de las montañas y vuelve al lado de tu esposa, a quien encontrarás encinta, porque Dios ha suscitado progenitura en ella, y su posteridad será bendita." Dicho lo cual, "el emisario se elevó hacia el cielo".
Nacida de forma tan peculiar María, y destetada al tercer año, Joaquín y Ana la confiaron a la pequeña congregación de vírgenes que pasaban el día y la noche glorificando a Dios. A partir de este momento, María, la futura madre de Jesús, es visitada permanentemente por los mensajeros, que no la pierden de vista y la mantienen en condiciones óptimas para su futura misión: "Desde entonces en adelante consumía todo el tiempo en oración hasta que se dejaba ver el emisario del Señor, de cuyas manos recibía el alimento." (...) "Cada día usaba exclusivamente el alimento que recibía de manos del emisario..." (...) "A menudo se veía a los emisarios conversar con ella, y obedecerla con el afecto de verdaderos amigos."
Más adelante, cuando un buen día José regresa junto a María después de haber estado trabajando de carpintero en Capernaum durante meses, y encuentra a su mujer encinta, las doncellas que habían estado haciendo compañía a María aplacan su desesperación: "Nosotras sabemos que ningún hombre la ha tocado..." (...) "A diario un emisario conversa con ella, y a diario recibe su alimento de manos de ese emisario." (...) "Y, si quieres que te declaremos nuestras sospechas, nadie la ha puesto encinta, sino es el emisario del Señor."
¿Cabe caso de contacto más directo que el que nos narra este Evangelio del Pseudo Mateo? El resultado de tal contacto es sobradamente conocido.
Si entre el caso de contacto de Maya, la madre de Buda, y de María, la madre de Jesús, han pasado algo más de quinientos años, vuelven a transcurrir otros tantos entre el contacto vivido por María y el siguiente en importancia. El contactado es en esta ocasión un hombre realmente extraordinario, Muhammad Ibn Abdallah, analfabeto como la inmensa mayoría de los habitantes de La Meca. Próximo a cumplir los 40 años, este hombre es contactado para ser convertido en el profeta Mahoma. El contacto se produjo una serena noche del 17 de Ramadán del año 609 de la era cristiana, mientras Muhammad estaba entregado a la meditación, aislado en una gruta del Hira, cerca de La Meca, momento en que se le apareció un emisario descendido del cielo que le dijo: "Yo soy Gabriel, el emisario enviado por Dios para comunicarte que has sido elegido para que le anuncies a la Humanidad su mensaje revelado." Salpicado está el mensaje revelado del Corán de ejemplos de mensajeros que descienden de las alturas. Demasiado recadero volante aparece pues también aquí, en el origen de la fe islámica, que en el curso de quince siglos se ha afianzado en el tercer lugar del ranking mundial de las grandes religiones, detrás de los budistas y de la Iglesia católica. 700 millones de personas creen hoy que Al'lah —del que sólo tienen noción a través de lo que predicó un humano, Muhammad Ibn Abdallah, en base a lo que le dictó un mensajero volante, Gabriel— se identifica con la esencia de Dios. Realmente, los Poderosos del Cielo son hábiles psicólogos.
Otro tipo de contacto es el que nos ofrecen de forma indirecta escritores como por ejemplo Jonathan Swift o Julio Verne.
En sus Viajes de Gulliver, en el capítulo 'Viaje a Laput', Jonathan Swift, el singular "cura loco", deán de San Patricio, en Dublín, da a conocer singulares datos astronómicos correctos, que en su siglo nadie conocía aún. Gulliver —el personaje por cuya boca habla Swift— afirma que dichos datos los obtuvo de unos individuos que tripulaban una isla volante, redonda y resplandeciente, gobernada a voluntad por sus tripulantes recurriendo al magnetismo. Dichos tripulantes le comunican a Gulliver la existencia —en órbita alrededor de Marte— de dos satelites minúsculos, imposibles de ver a simple vista. Insisto: nadie conocía la existencia de los satélites de Marte en el momento en que se publicaron los Viajes de Gulliver, en el año 1727. Los satélites de Marte —exactamente dos y además pequeños— fueron descubiertos para la ciencia oficial por el astrónomo Asaph Hall en el año 1877, desde el observatorio de Washington. Ciento cincuenta años después de ser descritos por Jonathan Swift.
Otro caso comparable al de Jonathan Swift es el del también novelista Julio Verne. En su obra De la Tierra a la Luna avanza notables coincidencias con los vuelos tripulados que el hombre realizaría cien años más tarde. Veamos algunas: En la novela de Verne, los viajeros a la Luna —tres, al igual que los tripulantes de las futuras cápsulas Apolo— son lanzados desde la península de Florida, en los Estados Unidos, desde un lugar que dista solamente 200 km de Cabo Cañaveral, en la misma Florida. En la novela de Verne, los protagonistas dudan inicialmente si efectuar el lanzamiento desde Florida o desde el litoral meridional de Texas. Y si la NASA lanza las cápsulas Apolo desde Florida, instaló su mundialmente famosa central de operaciones precisamente en Houston, en el litoral meridional de Texas. La duración del viaje de la Tierra a la Luna es, en la novela, de tres días, exactamente la duración del viaje real efectuado por los astronautas americanos cien años más tarde. De regreso a la Tierra, la cápsula de los tres intrépidos viajeros de la novela cae en el océano Pacífico, en donde un navío estadounidense los rescató. Y la cápsula que efectuó el primer vuelo humano a la Luna —Apolo 8—, rescatada igualmente por un navío estadounidense, cayó también en el Pacífico, apenas a dos millas y media de distancia del lugar indicado en la novela de Julio Verne. Una diana sin discusión, si consideramos que la superficie del océano Pacífico es de 166 millones de km cuadrados. Más: el comandante de la cápsula Apolo 8, en una carta enviada al nieto de Julio Verne, en la que califica a éste de "uno de los grandes adelantados de la era del espacio", escribe: "Nuestra nave espacial fue lanzada desde Florida, al igual que la de Barbicane, y tenía el mismo peso y la misma longitud que aquélla." El primer vuelo humano a la Luna imaginado (?) por Julio Verne partió en diciembre de un año indeterminado de la década de los 60 del siglo pasado. El primer vuelo humano tripulado a la Luna se realizó cien años más tarde, y efectivamente en el mes de diciembre de un año de la década de los 60: fue el 21 de diciembre de 1968 cuando el el Apolo 8 los primeros tres hombres llegaron a la Luna, la orbitaron y regresaron a la Tierra, amerizando en el Pacífico... Tal vez Julio Verne se acercó excesivamente a la realidad para que todo no fuera más que una coincidencia casual.
Los ejemplos de Jonathan Swift, de Julio Verne y de muchos otros no mostrados aquí nos colocan sobre una pista. ¿De dónde obtuvieron sus datos? Entre las varias posibilidades, no cabe perder de vista ésta: que alguien no perteneciente a nuestra especie humana terrestre nos pudiera inocular determinadas ideas. Sería una forma de contacto, de manipulación y de encauzamiento tan inadvertida, como grave y posible.
Otro estilo de contacto lo brindan las biografías de distintos líderes de la antigüedad, de los que si bien no se tiene noticia de contactos directos con seres extrahumanos, sí quedan patentes intervenciones inteligentes procedentes de las alturas, por lo general en favor de los respectivos líderes. Recordemos como ejemplos los casos de Aulio Postumio, que vió apoyada en el año 498 antes de JC su batalla contra Tarquino y Octavio Manilio, junto al lago Regilo, por la repentina presencia de dos extraños jinetes de estatura superior a la humana, que se pusieron a la cabeza de las tropas de Aulio Postumio y dieron la vuelta a la batalla, en favor de Postumio; de Alejandro Magno, al que varios escudos volantes en formación triangular propiciaron con su decidida intervención el asalto y toma de Tiro, en el año 322 antes de JC; de César, cuya vida se ve salpicada de apariciones sobrehumanas, entre las que destaca el objeto ígneo que cayó del cielo para precipitarse sobre el campamento de su adversario Pompeyo, en el año 48 antes de JC, para decidir la victoria finalmente a favor de César; de Constantino el Grande, que obtuvo la victoria sobre Majencio y se convirtió al cristianismo, en el año 312, después de hacer acto de presencia sobre sus tropas un enorme objeto volante no identificado en forma de cruz o de espada; de Carlomagno, finalmente, cuyas tropas superaron el asedio a su castillo de Sigisburg, al que les estaban sometiendo los sajones, gracias a la aparición inesperada de dos escudos volantes a baja altura sobre el castillo, que hicieron huir despavoridos a los sajones que, además, se convirtieron al cristianismo por esta aparición celeste.
Cabría hablar aún del contenido de las epopeyas del Mahabharata y del Ramayana, de los conocimientos imposibles de los dogones, en Mali, del éxodo de los Aztecas, calcado del de los israelitas, y de tantos otros ejemplos de contactos con fenómenos extrahumanos inteligentes en la antigüedad. Pero una vez más, la casuística es muchísimo más amplia que el espacio disponible para reflejarla.
© Andreas FABER-KAISER, 1992